Un 23 de mayo de 1992, hace 32 años, moría en Nimes, Francia, uno de los embajadores más emblemáticos de nuestra cultura; un artista que supo traspasar fronteras y ser reconocido y aplaudido en todo el mundo: don Atahualpa Yupanqui. A continuación, compartimos el recuerdo de su hijo Koya Chavero.
Atahualpa Yupanqui fue un artista comprometido y conmovedor, militante, poeta y folclorista. No alcanzan las palabras para definir la inmensidad de su obra. Los ejes de mi carreta, El arriero, Duerme duerme, negrito, Tú que puedes vuélvete, Guitarra, dímelo tú, Baguala de los mineros, A regreso del pastor, Zambita de los pobres, Camino del indio, son solo alguna de sus creaciones que fueron ovacionadas en los escenarios más importantes, en una época y en un momento, donde las distancias se hacían notar con mayor intensidad.
Nació en 1908, en Juan de la Peña, pueblito de Pergamino, al norte de la provincia de Buenos Aires. Su padre mestizo, de origen quechua, santiagueño, y su madre criolla, de descendencia vasca, lo criaron en Agustín Roca (Junín, Buenos Aires). Nació como Héctor Roberto Chavero Aramburu, pero a los 13 años nació Atahualpa Yupanqui, el nombre por el que será reconocido, que también lo define: en quechua significa “persona que viene de lejanas tierras para contar algo”. En 1917, su familia se trasladó a Tucumán, tierra que enamoró a Atahualpa y a la que le dedicaría zambas, poemas y su famoso tema Camino del indio, que compuso a los 19 años. Durante su juventud, recorrió gran parte de la Argentina y conoció sus costumbres y sonidos, al trabajar en diferentes oficios, sin dejar jamás la música.
Fue un músico exquisito que aprendió a tocar la guitarra de chico y viajaba 16 kilómetros, en el lomo del caballo, para tomar clases con el concertista Batista Almirón. Admiró la música clásica que combinó con el bello sonido del bombo y arpa india.
No hubo género musical que no cayera rendido a sus letras y a su música. Uno de los casos más emblemáticos fue el de Divididos con El arriero y una versión bellísima del clásico de Yupanqui.