A medida que envejecemos, muchos notamos que recordar nueva información se vuelve más difícil. Este fenómeno, que a menudo se considera natural, tiene bases científicas respaldadas por investigaciones en neurociencia cognitiva. Un reciente trabajo de tesis doctoral de Pernilla Andersson de la Universidad de Örebro en Suecia aborda los cambios en el cerebro que contribuyen a este deterioro de la memoria.
Los cambios estructurales en el cerebro, especialmente en el hipocampo, una región crucial para la formación y recuperación de recuerdos, se vuelven más evidentes con la edad. Esta zona tiende a perder volumen y se asocia con una mayor dificultad para formar nuevos recuerdos. Además, la conectividad neuronal disminuye, lo que afecta la comunicación eficiente necesaria para los procesos de memoria.
Uno de los fenómenos asociados con estos cambios es la interferencia proactiva, un tipo de deterioro de la memoria en el que la información antigua interfiere con la capacidad de aprender y recordar nueva información. A medida que acumulamos más datos, se vuelve necesario “limpiar” esta información para crear espacio y poder priorizar lo nuevo. Sin este proceso, nuestra capacidad de memoria se debilita.
La interferencia proactiva impacta principalmente en la memoria operativa, que es esencial para las tareas diarias que requieren el almacenamiento y la elaboración temporal de información. Esta forma de memoria se diferencia de la memoria a corto plazo, ya que se relaciona con la corteza prefrontal, responsable de las funciones ejecutivas. Por ejemplo, mantener en mente información mientras se presta atención a otra tarea.
La disminución de los niveles de dopamina, que está relacionada con la memoria y el placer, también puede afectar la codificación y recuperación de recuerdos. Esta reducción es más evidente en procesos degenerativos y contribuye al declive de las capacidades cognitivas.
Para mitigar estos efectos y preservar nuestras capacidades cognitivas, se pueden implementar tres pilares fundamentales: cognitivo, físico y nutricional.
- Entrenamiento cognitivo: Ejercicios de memoria, rompecabezas, y aprender nuevas habilidades, como un idioma o un instrumento, son fundamentales. Estos entrenamientos ayudan a mantener activa la memoria operativa y reducen la interferencia de memorias pasadas.
- Actividad física: Mantener un nivel de actividad física regular es un conocido protector neurocognitivo. Las Zonas Azules, donde las personas viven más tiempo, comparten el hábito de realizar actividades físicas cotidianas.
- Alimentación saludable: Dietas ricas en antioxidantes, ácidos grasos omega-3 y vitaminas, y bajas en carbohidratos refinados, tienen un efecto neuroprotector demostrado.
Otras actividades que ayudan a proteger y estimular la memoria incluyen técnicas de control del estrés, que permiten evitar la rumiación sobre el pasado, y la integración social, esencial para combatir la soledad.