Quedó separada del Barrio 31 por la autopista, pero sigue con una enorme presencia allí. Fue fundada por el sacerdote tercermundista que fue de los primeros en acercarse a las villas. A 50 años de su asesinato, sigue siendo un núcleo comunitario trascendental en Retiro
La primera señal de que estos son los pagos del cura Carlos Mugica tal vez sea el picadito entre chicos del Barrio 31 que se juega en la canchita en la que es local el club deportivo que se llama como el sacerdote y que antecede a la capilla en la que llevó adelante su tarea pastoral en plenos setenta. La Cristo Obrero.
El ruido de la pelota rebotando contra las paredes y el grito de gol o de “ole” se impone a los autos que van y vienen por la autopista Illia, que fue levantada exactamente al lado de la parroquia y que separa este templo del Barrio 31, que a modo de homenaje y de recordatorio constante se llama también Barrio Mugica.
El fútbol era un asunto importante en la vida del párroco. Era fanático de Racing, jugaba cada fin de semana en un equipo que compartía con varios amigos, y no dudaba en poner la pierna fuerte cuando le tocaba disputar la pelota. Jugaba también con los vecinos del barrio en el que servía, y el sábado que lo asesinaron a balazos después de que diera misa en Villa Luro, hace cincuenta años, Mugica había despuntado el vicio futbolístico en la zona norte del Conurbano bonaerense.
En la canchita que tiene su nombre pintado sobre uno de sus laterales, los locales juegan con una camiseta con colores pensados por la parroquia. El celeste es por el manto de la Virgen, el verde es por la esperanza y por la intención de seguir siempre adelante, el blanco simboliza la paz, y el rojo representa lo que en este rincón de la Ciudad de Buenos Aires se define como “el martirio del Padre Mugica” y también su “pasión por el barrio y la gente que lo habita”.
“El legado de Mugica sos vos, por tu compromiso de trabajo en el barrio”, les dice Ignacio Bagattini, el actual párroco de Cristo Obrero, a los fieles que por estos días se acercan a preguntar qué queda de aquel referente del sacerdocio tercermundista, a medio siglo de su ejecución, atribuida a la Triple A y también al distanciamiento del cura con Montoneros.
Delante de la capilla que el histórico sacerdote impulsó como primera presencia formal de la Iglesia en una villa miseria de la Ciudad están sus restos. El espacio destinado a su ataúd, que fue trasladado a esa zona de Retiro después de 25 años en el Cementerio de la Recoleta, es austero como todo lo que lo rodea y como la propia capilla, que conserva su diseño original y que sólo cambió su techo después de una granizada que destruyó el anterior.
Mugica fue asesinado hace medio siglo, tras dar misa en Villa Luro.
Por estos días, algunos vecinos que superan los setenta años se acuerdan de la época en la que Mugica caminaba el barrio. “Lidia, que hoy es enfermera porque Carlos le consiguió una beca, asegura que es jubilada gracias a él, pero que su legado más importante es que le enseñó a ayudar a todos, sin importar si son buenos o malos, si vienen de trabajar o de robar”, reconstruye Bagattini.
Otros vecinos más jóvenes, que no conocieron a Mugica pero sí su obra, van y vienen por el predio de Cristo Obrero y se toman algunos minutos para rezar o agradecer delante del espacio en el que descansan los restos del cura, justo delante de la capilla en la que daba sus misas y en la que esa celebración se sigue llevando a cabo cada domingo a la tarde.
En el altar, a diferencia de las habituales imágenes de Jesucristo que pueden verse en tantas iglesias, en este rincón de Retiro hay una imagen de Mugica sostenido en los brazos de la Virgen, hecha con vitreaux. “Es el martirio del padre”, dice Blanca Aguirre, que coordina las actividades del Club Padre Carlos Mugica y a quienes las nenas que están a punto de empezar su entrenamiento en la canchita corren a abrazar.
El altar de la parroquia rinde homenaje a Mugica.
La Capilla Histórica Cristo Obrero y la cancha de fútbol en la que se juega al fútbol y también al hockey son apenas dos de las formas en las que el legado de Mugica está presente en el barrio al que el sacerdote acercó su actividad pastoral. Ahí mismo, en ese predio, funciona una sede del Hogar de Cristo, destinado a jóvenes y adultos en situación de consumo. Además, en todo el territorio del Barrio 31 hay seis capillas que dependen de la parroquia que encabeza Bagattini, y una más en el barrio Saldías, otra zona vulnerable de la Ciudad, cercana al distrito portuario.
“Muchas veces llegan al hogar chicos cuyas familias se acercan desesperadas a la parroquia. Quieren ayudar pero ya agotaron todas las instancias y no saben qué más hacer con sus hijos, entonces llegan al hogar y acá se trabaja para poder ayudarlos en su recuperación y reinsertarlos”, explica el párroco, y suma: “Gran parte de nuestros equipos son gente del barrio. Incluso chicos que se recuperaron pasan a trabajar en alguno de los proyectos de nuestra comunidad”.
La parroquia es el corazón que bombea presencia y recursos en todo el barrio, a través no sólo del club deportivo, en el que juegan al fútbol y al hockey nenes y nenas desde los 5 ó 6 años, sino a través del Hogar de Cristo, las capillas, y cuatro hogares: tres para varones y uno para mujeres. Allí pasan sus días unas ochenta personas, especialmente jóvenes, estimulados para participar en talleres de costura, preparación de plantas suculentas, velas aromáticas y cuencos que luego se venden en ferias organizadas junto a otras parroquias.
Además de la capilla histórica, hay otras seis en el barrio que dependen de la misma parroquia.
A la vez, en el centro barrial que depende de Cristo Obrero -y en el que, como en todas sus dependencias, hay un retrato de Carlos Mugica colgado de una de las paredes- hay instalaciones para que desayunen, almuercen y se bañen personas que atraviesan consumos problemáticos de sustancias. “Esos espacios, además de permitir resolver las necesidades básicas, implican que esas personas se encuentren con otros, y eso siempre incentiva. Hay equipos de psicólogos, psiquiatras y trabajadores sociales que abordan cada caso, y a la vez, talleres de deportes, teatro, juego y espirituales para acompañar y estimular a esas personas”, describe el párroco.
En los hogares destinados a llevar a cabo algunas tareas laborales se contempla el presentismo. Según Bagattini, se trata de una manera de estimular cierto ordenamiento de la vida cotidiana, sobre todo para los casos en lo que prevalece es la vida nocturna.
“Carlos incomodaba. Fue un pionero en reclamar que el Estado estuviera presente. Reclamaba, pedía, era un hinchapelotas. Ese espíritu, de no quedarse solamente en lo sacerdotal sino de avanzar en las necesidades de estas comunidades, quedó instalado en los barrios. La pregunta que nos hacemos todo el tiempo es cómo dar una respuesta a la persona que se acerque, sea como venga su vida y en la elección de vida que quiera”, describe el párroco.
Tras 25 años en el Cementerio de la Recoleta, los restos de Mugica fueron trasladados a Cristo Obrero: hubo una procesión masiva.
Blanca llegó a Cristo Obrero hace casi veinte años. Jugó al voley en uno de los grupos parroquiales, fue testigo y también parte de la llegada de grupos scouts al barrio, entendió que, así como esos grupos adoptaban colores, también podía adoptar colores la comunidad de la que formaba parte, y ahora viste una campera con esos mismos colores, los del club que coordina.
“Hay una buena parte de la sociedad que ve a los chicos de nuestra comunidad como ‘los hijos de puta del futuro’. Siempre se ataca la consecuencia de cómo estamos viviendo, y no la raíz. Muchos de los que están, seguramente y si no intervenís, van a delinquir, van a consumir. Por eso hay que trabajar desde la raíz y lo antes posible”, explica Blanca. Desde la sala de la sacristía en la que habla con Infobae se escucha la pelota rebotar contra las paredes: la patean nenes de 6 ó 7 años.
En el club hay alrededor de cuarenta profesores para dar clases a los chicos, adolescentes y hasta adultos que participan de las actividades deportivas. Esos profesores tienen, al dar esas clases, su primera oportunidad laboral. Muchas veces son jóvenes que atraviesan o atravesaron alguna estadía en el hogar destinado a personas con adicciones. “¿Y dónde los van a tomar? El único requisito indispensable para tener ese empleo es que estén formándose. Por supuesto cobran un dinero y tienen una primera experiencia y, sobre todo, una primera oportunidad, que es lo más importante. Si no son profes, tal vez coordinan algún taller en los hogares o dan apoyo escolar a chicos de primaria o secundaria”, describe Blanca.
La capilla en plenos años setenta.
Llegar al club, al taller, a alguna actividad del hogar, a la misa, es para muchos de los integrantes de la comunidad un alivio a las angustias cotidianas del escenario económico o familiar. “No tenemos que olvidarnos de dónde estamos. Acá hay que tratar a los chicos, a los jóvenes y a los adultos que vengan de manera que quieran volver, que quieran pasar varias horas. Ganamos teniéndolos acá, así se alivian un rato cada vez que vienen”, dice Bagattini, rodeado de una comunidad que nació hace cincuenta años, que conoce su historia y su identidad, y que no para de crecer. Y que varias veces por tarde se toma un ratito, de la mano de cualquier creyente que esté cerca, para agradecerle a Mugica por haber mirado por primera vez hacia este rincón de la ciudad.