Día de la Difunta Correa, una historia de amor y desesperanza fraternal que sigue inspirando

En el siglo XIX, en la provincia de San Juan, vivía Deolinda Correa con su hijo. Su esposo se alistó en el ejército del caudillo riojano Facundo Quiroga. La joven, perseguida por algunos pretendientes, se lanzó con su hijo entre sus brazos a cruzar el desierto en búsqueda de su amado.

Abrumada por el sol, la sed y la fatiga, murió en la desértica soledad. Unos arrieros descubrieron el cadáver de la Difunta Correa y su hijo, que aún vivía. A partir de entonces,  comenzó una intensa devoción popular hacia la infortunada mujer. El 1 de noviembre de todos los años, en la Provincia de San Juan, durante dos días se realiza la festividad de la Difunta Correa cuyo propósito es agradecerle o pedirle algo a la santa. En el lugar el que pereció, se levantó una pequeña capilla en la que se tributa veneración fundamentalmente en el día de “Todos los Santos” y el día de “Todos los muertos”. Devotas muchedumbres peregrinan entonces hasta el santuario de la  Difunta Correa para pedir salud, amor, y la recuperación de objetos o animales extraviados.

El Santuario se encuentra a 63 km de la ciudad de San Juan, en plena región semidesértica andina de la provincia de este nombre, con el marco de la sierra de Pie de Palo y el trasfondo de la planicie de Vallecito, torturada por la aridez, el zonda y la nieve.

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