Opinión | La diferencia entre estar hartos y jugar a la ruleta

Es inédito, en un sentido, que los días inmediatamente previos a elecciones presidenciales sean una victoria tan aplastante de las incertidumbres por sobre las certezas. No es la primera vez en que hay dudas acerca de quién ganará.

a la coalición que, hasta hace unos meses, creía que su victoria sería apenas un trámite.

La descripción, algo obvia, sólo pretende quedar por encima de los fuegos que se registran en estos últimos días y, casi sin dudarlo, hasta el domingo que viene.

Los servicios, los carpetazos y las maniobras están a full, más allá de que hechos y protagonistas involucrados sean verificables. Vale todo: audios, videos, fotos, oportunas andanzas judiciales, imputaciones serias o a la bartola. ¿Algo de todo eso cambiará lo que no se sabe qué es, o en qué terminará consistiendo?

¿Quién está en condiciones de asegurar que Milei se estancó o retrocedió porque ya fue demasiado lejos con sus exabruptos, generando que entre sus propios y eventuales votantes se haya despertado la inquietud y, en algún resto, el espanto?

¿Quién puede decir con seguridad que tales incidencias serán aprovechadas por Massa, justo cuando siguió estallándole el dólar y el precio de los alimentos (podría agregarse la insólita denuncia penal del Presidente, que le regaló a Milei el papel de víctima)? ¿O quién podría afirmar que esas circunstancias serán usufructuadas por Bullrich, justo cuando ya no le confían ni en la prensa cambiemita a la que supieron alquilarle una señal de cable para hacer campaña y donde pareciera que el último apagará la luz?

De vérselo por la negativa, este panorama ratificaría que el descreimiento generalizado sobre “la política” -y la angustia por lo económico, fuere en la realidad o en la sensación- puede darle cabida a cualquier cosa. A riesgos insondables. A un auténtico precipicio.

Por la positiva, en cambio, tal vez ocurra que “la gente”, o una parte decisiva de su conformación electoral, se detendrán exactamente antes de tirarse al abismo el próximo domingo. O el 19 de noviembre.

Cualquier opción ganadora de la derecha explícita, en el corto plazo para empezar, representará un golpe tremebundo para las necesidades populares (que no los intereses: si es por eso, el interés masivo transcurre por ver al Estado como el enemigo de la salvación individual).

Se dirá, como se dice, que ese golpe ya está porque este Gobierno fracasó -lo cual es correcto o atendible- y porque -justas o no- son inválidas las excusas de pandemia, guerra y sequía.

Vuelve a ser el tema de que peor no se puede estar.

Y si eso es razonable como argumento de quienes ya no tienen nada o muy poco que perder, es insensato por parte de acomodados y frívolos dispuestos a una aventura que pone en juego el destino colectivo.

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